lunes, 2 de mayo de 2011

Día uno

Considero que la distancia entre el sufrimiento y la felicidad la marcamos inconscientemente. Si uno tiene que decidir, debe optar siempre por ser feliz, no es tan larga la vida como para ir disfrazados de penitentes. Lo primero que hice cuando terminé la anterior existencia, fue desempolvar la agenda de teléfonos, y hablar lo mas serenamente posible con aquellos seres a los cuales les debo mi pasado. El calor humano no tiene precio y la ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas (S. Freud). Después de recibir algunos abrazos en silencio y dejar caer las lágrimas de mi otoño interior, el sol apareció. Ahora quedaba.....todo por hacer.

Nuestras necesidades son tan vulnerables como nuestra felicidad. Nadie pudo detallar su lista de requisitos para ser feliz sin comenzar por el amor a sus seres queridos. El problema radica en no escribirlo con letra grande. Por ello, damos importancia al resto el cual abulta mas. Observando a mi hijo de 3 años llegué a una conclusión: con los años he DESAPRENDIDO A VIVIR. Nací sabiendo comer, beber, amar, reír y llorar. Todo lo fui suplantando por actividades mas complejas y superficiales. Este es un trabajo minucioso pues son años de olvido cargados de consejos ofrecidos por "expertos en felicidad"
Empecé por andar mirando al frente, sonreír cada vez que recordaba, esperar un instante antes de hablar y meditar, meditar en cada hueco. Dejar la mente en blanco, no pensar, estar atento a lo que me rodea, no traerme el pasado, para liarlo con el futuro. Aquí y ahora.

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